La naturaleza es una gran maestra. Nos enseña a amarla y nos enseña a temerla. Sus leyes, por más que lo intentemos no se pueden cambiar. Ella funciona porque tiene un equilibrio. Este equilibrio se basa en compensaciones, lo que quita de un lado, lo lleva a otro. Es el ciclo natural de la vida. Desde los pequeños microorganismos hasta las especies más evolucionadas de los seres vivos, incluido el hombre. Este equilibrio encuentra su lado cruel en lo que se refiere a la cadena alimentaria. En esta cadena, hay especies que sobreviven a base de otras, y esto es lo que mantiene el equilibrio de las especies en el mundo natural.
Naturalmente, en este equilibrio natural, también entraría el hombre. Desde luego, una valoración a primera vista nos colocaría como "los reyes" de la evolución, por la capacidad del hombre de sortear todos los condicionantes para la supervivencia que la naturaleza le impuso en su día. Ahora bien, en este caso, también seríamos muy injustos, ya que todos los hombres no cumplen el mismo papel en esta cadena evolutiva. Por eso, el análisis del papel del hombre, debería hacerse del hombre como individuo y su papel en la cadena evolutiva.
Para empezar, el hombre más cercano a la naturaleza, por definición, es menos nocivo para ella. No cambiarán el ecosistema ni el equilibrio natural donde se desenvuelven una tribu perdida de África ni una del Amazonas. Por contra, un señor desde un despacho en Hong Kong o Manhattan puede firmar un papel para construir un oleoducto en la Antártida o una presa gigantesca en el Amazonas, afectando de un plumazo a todas las especies e incluso a los propios hombres que allí habitan.
¿Y porqué cuento estas perogrulladas?. Pues muy sencillo, porque para entender la crisis actual que tanto nos atemoriza y nos quita el sueño primero hay que tener conciencia de qué somos realmente en la cadena alimenticia. Que la mayoría de nosotros tengamos casa, coche, ropa y vivamos en países "avanzados" o industrializados no significa que no podamos ser pasto de los depredadores. Nuestros depredadores naturales hoy en día sí que son conscientes de su poder. Nosotros no, pero ellos sí.
A la mayoría de las personas, se nos enseña desde pequeños una serie de valores éticos, ya sea en casa o en la escuela para vivir en sociedad, con mayor o menor éxito. Se trata de que lleguemos a la edad adulta, con ciertos criterios, pero que seamos capaces de convivir con otros de nuestra especie sin "devorarnos", independientemente del carácter propio de cada uno que luego nos hará inclinarnos hacia unas decisiones u otras. Por supuesto, que a lo largo de nuestra vida, nuestro propio entorno, la publicidad, la sociedad de consumo, etc., poco a poco nos enseña como comportarnos y desenvolvernos en nuestra particular selva sin ser anti-humanos y siendo bien aceptados por los otros seres. Es decir, tenemos conciencia de individuos en cuanto somos bien aceptados por la sociedad. En eso, y algún capricho o no tan capricho de tipo consumista basamos nuestro comportamiento.
Ahora bien, hay otros hombres. Estos SÍ tienen conciencia de clase. Sí conocen su verdadero poder. De entrada, pocos de estos hombres habrán estado en su vida en una escuela o universidad pública, como mucho, habrán pasado de refilón por alguna institución sanitaria pública. Ellos viven en otro mundo, no comparten tu sentido del equilibrio. Además, ellos son tus depredadores. ¿Donde está su fuerza?. En que ellos lo saben. Saben que son depredadores y lo saben explotar. Para estos hombres los demás no significamos nada. Simplemente, formamos parte de esa cadena alimenticia como consumidores de sus productos, oyentes impasibles de sus discursos, o simples instrumentos para sus caprichos. Y nos llevan mucha ventaja. Porque ellos están allí arriba y conocen su poder.
Nosotros, ante una crisis todavía nos preguntamos qué podemos hacer para salvarnos. Ellos se ríen, tienen el poder. Los partidos políticos también son suyos, saben decirnos lo que queremos oír. Saben que no queremos sacar los pies fuera de nuestra pequeña parcela. Saben de nuestros miedos. Ellos los provocan. Saben que somos incapaces de patalear, ellos nos adiestraron para que fuésemos así. Dejaron que construyéramos colegios donde nos enseñaran obediencia mientras a ellos les enseñaban a mandar. Y este es nuestro equilibrio natural, y caminamos mirando hacia ambos lados incapaces de salirnos de la línea para no ser comidos, aunque la línea nos lleve directamente a sus fauces. Elegimos ser corderitos. Ellos decidieron ser lobos.